jueves, 1 de noviembre de 2012

Dos Anecdota y Una Moraleja - ATNA

DOS ANÉCDOTAS Y UNA MORALEJA.

Anécdota I.
Dos caballeros mantenían un duelo a espada por la posesión de un reino. El escudero de uno de ellos, cuando lo tuvo cerca, abatió de un mazazo al rival de su señor, el que quedó triunfante. Al ser increpado el escudero por otros presentes dijo:

-“No quito ni pongo rey, pero defiendo a mi señor”.

Anécdota II.
Poco después de la Segunda Guerra Mundial llegó sorpresivamente al puerto de Buenos Aires un doble proa blanco, de unos quince metros, con el aparejo reducido a un solo palo bajo, sin bauprés y con un casillaje a popa para proteger al timonel, por cuyo costado se elevaba el grueso caño de escape de un poderoso diesel. Se llamaba Mañana y era un excelente casco diseño de Colin Archer, con todo el aspecto de un ex Pilot Boat noruego o sueco. Lo tripulaba un abuelo y su nieta. Nadie más. Venían del Norte de Europa y nunca se supo si antes y en algún lugar, habían desembarcado otros tripulantes. Abuelo y nieta se afincaron en el campo y el Mañana quedó por ahí en venta. Después de un largo tiempo en que le perdí la pista, un día lo ví acostado en una rampa de un varadero del río Luján. Lo había adquirido un capitán mercante que yo conocía y lo estaba preparando para llevarlo al Sur a pescar centolla, cuando una inundación anegó el astillero, aflojaron los puntales y el Mañana se acostó. Pero era un casco de una fortaleza extraordinaria, de pino, sí, pero de un pie de espesor con tres forros.

Por 1984 lo encontré en Ushuaia, con sus dos palos, pintado de rojo y dedicado a la centolla. Pero si bien en los canales chilenos y en las islas al Sur de Beagle hay mucha, en el Beagle la gran profundidad de sus costas torna el negocio menos lucrativo.

En 1987, de nuevo en ese puerto, hallé al Mañana amarrado y embargado por orden de un juez, por problemas comerciales.

Partí y volví un mes después y, al pasar cerca del aeropuerto viejo, vi saliendo del agua, la galleta y la punta del palo mayor del Mañana. Pregunté qué había pasado y uno de esos filósofos costeros que siempre hay por allí me lo contó.

-Lo de siempre, cuando la justicia trata de encarcelar un barco. Ahí estaba, embargado y sin gente a bordo cuando una noche muy ventosa rompió la amarra y comenzó a dar vueltas por la bahía y mientras se discutía quién tenía la responsabilidad de rescatarlo, se acercó a las rocas del aeropuerto, golpeó en ellas y se fue a pique. Yo creo que se suicidó – concluyo mi informante.

Moraleja.
Hay que recordar que los navíos tienen alma. Sobre todo, los veleros. Cualquiera sea su envoltura exterior, su categoría, su función, su representación, su misión o su tamaño, no se los puede encarcelar, no se les puede impedir navegar, no se les puede negar el uso libre del mar, no se los puede reducir a la categoría de objetos, no se puede usar para ello ningún pretexto vil, porque es un gravísimo atentado de lesa marinería.

Así pues, ante lo que le ocurre a nuestra fragata Libertad, digo lo que aquel escudero: “No quito ni pongo rey, pero defiendo a mi señor, a mi buque”.



Hernán Álvarez Forn

Presidente Honorario

                           Fuente:  Amigos de la Tradición Náutica Argentina - ATNA

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